Siempre me ha gustado ensayar teatro.
Es un espacio que me conecta conmigo misma: donde explorar, probar, equivocarme y ajustar forma parte natural del proceso.
Durante un tiempo lo saqué de mi rutina para centrarme más en mis movimientos profesionales, pero volver a ensayar me ha recordado cuánto me aporta.
También en lo laboral: desde la mentalidad con la que afronto lo que hago en el día a día hasta la forma en que interpreto mi propio crecimiento.

Cuando hablamos de carrera profesional, muchas veces imaginamos un camino recto, ascendente y bien planificado. Un trayecto lleno de decisiones seguras y acertadas. Pero la realidad es mucho más rica, más compleja y también más humana.

En el podcast Plan Z: toma el control de tu futuro profesional, he conversado con muchas personas en procesos de cambio, reinvención o toma de decisiones. En una de las últimas conversaciones, una invitada dijo algo que se me quedó grabado:

No hay equivocaciones, hay decisiones que nos enseñan

Y es que no siempre elegimos lo correcto a la primera. Pero eso no significa que estemos equivocados: significa que estamos viviendo, aprendiendo y afinando nuestro propio camino.

La mayoría de las trayectorias profesionales que admiramos no se construyeron desde la certeza, sino desde la prueba, el ajuste y la exploración. A veces, el único modo de saber si algo encaja es probándolo. Y lo que parece un desvío, muchas veces termina siendo una pieza clave de tu desarrollo.

Nos han enseñado a tener miedo a fallar. A no equivocarnos. A tomar decisiones seguras. Y, en ese intento por hacerlo bien, muchas veces nos quedamos quietos. Esta parálisis sí que es un error del que conviene protegerse: dejar de movernos por miedo a hacerlo mal.

¿Qué cambia cuando dejamos de tenerle miedo al error? Cambia desde dónde decidimos. Cambia el nivel de libertad que sentimos. Cambia nuestra capacidad para detectar señales internas y actuar sobre ellas.

Y si pienso en los ensayos, en esas tardes de prueba y error, lo veo claro: allí nadie espera que lo hagas perfecto a la primera. Lo que se espera es que lo intentes. Que explores. Que estés presente y abierto a descubrir.

Y eso mismo podemos replicar en el entorno profesionales para que sean lugares fértiles para el crecimiento de las personas. Crear, cuando sea posible, espacios tipo sandbox, donde se pueda probar, equivocarse, ajustar. Donde el error no penalice, sino que acompañe. Donde el desarrollo no dependa de la perfección, sino del permiso para explorar.

Porque lo que entendemos como carrera profesional no se construye solo con grandes decisiones.
También se construye en el tipo de entorno en el que trabajamos cada día. Y en cómo ese entorno responde cuando nos atrevemos a probar.

Aquí va una invitación concreta para quienes lideran o acompañan personas en desarrollo: generemos entornos en los que no haga falta estar 100% listo para poder empezar.

Eso también es liderazgo. Del que impulsa. Del que confía. Del que entiende que crecer no es acertar a la primera, sino tener el espacio para aprender haciéndolo.